Siempre soñé mucho, y de manera muy vívida. Desde que hago muñecas, mis sueños se han tranquilizado, tal vez porque mi inconsciente tiene figuras externas potentes en quienes mostrarse. Una suerte de pequeño teatro en miniatura, hecho a mano, donde expresarse. Esos sueños inauguraron en mí, desde pequeña, una búsqueda de sentido que hasta el día de hoy permanece, y que se sintió en casa cuando encontré a la psicología analítica. Animada por mi tío el Dr. Mario Berta, quien supo acercarme también al arteterapia, comencé ya a mis 18 años a leer a Jung y a registrar mis sueños. Mis libros de cuentos de hadas infantiles, y los relatos de mitología del “Tesoro de la juventud”, proveyeron su cuota parte de lo arquetípico como para sentirme a gusto con la teoría vivida en la práctica.
Cuando supe que Jung había transitado por una crisis construyendo su propia torre, relatado su fermental encuentro consigo mismo en el Libro Rojo y jugado con piedras mientras intentaba mantenerse cuerdo a las orillas de un río, tuve la certeza absoluta: era por ahí. Por supuesto, el postgrado, la maestría y mi propio análisis didáctico cimentaron mi intención de acompañar a otros desde una antropología y una forma de ser en el mundo que nos devuelve una imagen integradora de nosotras mismas. Actualmente trabajo con adultos; me he especializado en el trabajo en procesos y en intervención en crisis con personas que presentan trastornos del espectro psicótico, trastornos del estado de ánimo y trastornos de ansiedad, con una perspectiva de género y feminista.